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El viticultor

Antonio, Manuel, Carlos, son algunos de los nombres de los 180 viticultores de Aniñón que trabajan las viñas de donde nace Órdiga. En sus caras se observa de un vistazo la dimensión de su alma, sus rasgos, sus gestos, su mirada te desvela enseguida que estás ante gente noble, de confianza, con la sencillez como base de su sabiduría. En sus manos su vida, una vida dura, erosionada por el paso del tiempo y resistente. Posiblemente no te hablarán de resiliencia, pero ellos, como tantos otros trabajadores del campo, son ejemplos vivos de adaptación a las adversidades.
Antonio prefiere usar sus viejas tijeras que hacen ruido, y le permiten llevar el ritmo, cuando recolecta a mano en las 2.300 cepas de vaso que tiene en el paraje de Carracervera. Unas tierras que conoce como la palma de su mano y por las que transcurre estación tras estación para obtener lo mejor de ellas desde el respeto y la admiración.

Cuando les preguntas te dicen que no sólo es vino. Es trabajo y dedicación a la tierra, compromiso con el medio ambiente para conseguir llevar a nuestros paladares el fruto de su esfuerzo diario. Con rotunda sencillez te dice que la tierra te devuelve aquello que le das.

El mimo y dedicación con la que los agricultores desarrollan su tarea se ve reflejado en la calidad de los productos que obtienen. Sea el que sea el producto que finalmente elaboran lo que desde Tradición Altamiras hemos pretendido es acercar al consumidor este tipo de alimentos y de esta manera llevar directamente todo este valor directamente a la mesa de nuestros clientes.

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